9/11/10

Oprimidos


Hoy el uso del terror es el instrumento más certero para garantizar que nuestras actuaciones serán aquellas que se esperan, somos presos del temor y cada cual lo usa como puede:




-El miedo al laicismo usado para aborregar e increpar contra la libertad de no creencia, al que subyace el deseo sin par de extender poderes más allá del ámbito religioso y rememorar viejos -y para ellos- gloriosos tiempos.




-El miedo a los ataques militares como forma de opresión de todo un pueblo, para garantizar su sumisión a un Estado tiránico y callar su lucha.




-El miedo a la inmigración para garantizar un resultado electoral óptimo, llevado a cabo por individuos fascistas y xenófobos que juegan con la ignorancia y los prejuicios sociales, aprovechándose de las situaciones económicas de un país.





-El miedo a ataques biológicos o nucleares por parte de grupos terroristas con el objetivo de incrementar el control sobre la población y tener una excusa para cometer atrocidades en Estados ajenos sobre un trasfondo económico y lucrativo.

 


-El miedo a la diversidad religiosa, étnica, racial o política que puede poner en peligro la integridad del país y llevar a una catástrofe de dimensiones similares al Big Bang, todo ello con el objetivo de preparar el terreno político a los partidos que les subvencionan y necesitan de la desinformación de los ciudadanos.





-El miedo a la desintegración de la nación debido al Gobierno y todas las medidas que han tomado, toman o tomarán porque son potencialmente autodestructivas y arbitrarias y sólo con el PP en el poder podremos salvarnos; con un objetivo se sobra conocido: la llegada al poder, y cuanto más rápido mejor.



Las consecuencias del miedo ejercido son simples y visibles: desinformación social, islamofobia, excesivo control de la población, autoritarismos, tensiones políticas y sociales, obstrucción de la democracia, limitación de las libertades...

Ya lo decían por ahí: Si no tuvieras miedo: ¿qué harías?




2/11/10

De la ineptitud social y otras ilusiones




Desde hace tiempo me viene preocupando el tema del trabajo, ya estoy prácticamente a la mitad de mis estudios universitarios y comienzo a preguntarme qué haré cuando los finalice. Y la verdad es que las perspectivas son bastantes oscuras, por no decir que una nube de incertidumbre lo cubre todo. Algunos dicen que lo que ocurre hoy es sólo un pequeño contratiempo, un desajuste temporal; la vida es pendular y con los años la situación laboral mejorará. Otros en cambio consideran que aunque la situación mejore el daño ya está hecho, que por primera vez los hijos vivirán peor que sus padres. No quiero caer en el pesimismo ni la histeria, puede que sea cierto que viviremos peor teniendo en cuenta que las condiciones laborales no hacen más que empeorar, que el medio ambiente ya está dañado o que somos tecnodependientes, pero soy por naturaleza optimista y la resignación será mi última opción.

Nuestra sociedad actual, a mi modo de ver, continúa siendo tan caótica como lo era hace 100 años, lo único que ocurre es que hoy creemos que nuestros dirigentes políticos están más preparados que en aquel entonces (perdonadme, últimamente no estoy en mi mejor momento de credulidad política). Nuestro orden, basado en el exceso de normas, control y seguridad, es como una ilusión, existe si tú crees que es así. Pensemos fríamente si realmente hay una seguridad, tanto presente como futura. Por poner un ejemplo, puedes ir por la calle y que un coche te atropelle, sin embargo nos sentimos más seguros que hace cincuenta años porque sabemos que hay algo o alguien detrás y que responderá ante su irresponsabilidad. De modo que en realidad no vivimos en un mundo más seguro sino que hemos depositado nuestra confianza en una circunstancia ajena, el hecho de que la existencia de un seguro nos solucione el problema.

Y ese es, para mí, es el gran mal de nuestro siglo, el habernos evadido de la responsabilidad de solucionar los problemas confiándoselos a otra gente. Aquí estoy tirando piedras a mi propio tejado -que para eso el día de mañana seré abogada- pero así lo pienso. Evitamos por todos los medios el resolver nuestros  problemas, ya sea recurriendo a la justicia en el plano jurídico o bien a los políticos en el plano político. Y aunque suene a cuasianarquismo, he de decir que esto ha ido creando una especie de conciencia de ineptitud social. Casi diría que la conciencia de clase ha sido extirpada y en su lugar queda esta conciencia de ineptitud social, "nosotros mismos no somos capaces de resolver nada, mejor dejárselo a profesionales y expertos". Claro que, de acuerdo con esto, la eficacia del sistema depende de la eficacia del profesional y algunos distan mucho de estar a la altura -mención por méritos propios a nuestro alcalde en Granada-.

No sólo no nos sentimos capaces como sociedad de lograr un cambio, sino que incluso no sentimos que nuestros problemas sean realmente nuestros sino que más bien son problemas políticos. Sinceramente le encuentro muy poca lógica a decir que el paro o el terrorismo son problemas del Gobierno de Zapatero, son problemas nuestros -de todos nosotros- pero parece que refiriéndonos a ellos como tal nos quitamos el muerto de encima. Suponer que Zapatero tiene que solucionarlos porque le hemos elegido para ello es como decir que los ciudadanos somos unos ineptos y no podemos hacer frente a nuestros problemas. Habrá quién piense que esto es así, que desde que el mundo es mundo siempre ha habido alguien que por encima de nosotros nos gobierne porque el pueblo no tiene la suficiente inteligencia como para poder hacerlo por sí mismo, pero ¿hasta que punto esa ineptitud es cierta? ¿y si sólo es una ilusión más, que existe porque nosotros lo creemos así?

Sí, muchos pensarán que sin gobierno no somos nada, pero yo quiero pensar que en realidad una sociedad funciona si la hacemos funcionar. Si hoy en día el trabajador está viendo recortados sus derechos no es por otra cosa que por inactividad, ¿quién sino nosotros va a solucionar esto? Quizás el mayor problema no sea tanto lo que se ve como lo que queda oculto, quién ha maquinado esa debilidad es quién hoy se aprovecha de ella: el político deshonroso y el patrón explotador.


Que mejor para terminar que las palabras de Marcelino Camacho, gran luchador y mejor persona,
"ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar".