
30/9/09
Racismo

23/9/09
Chismes celestiales

21/9/09
Cuestiones del mañana

Muchas veces, quizás demasiadas, me encuentro pensando en los estragos que el paso del tiempo provoca en nuestras ideas, en nuestra forma de ser o en nuestras ilusiones. Conozco mucha gente que ha cambiado radicalmente en pocos años, debido (supongo) a que la adolescencia es ese periodo en el que la gente comienza a formarse como persona interiormente. Evidentemente también me ocurrió a mí, podría decir que soy una persona muy diferente a la que era con 13 0 15 años. Creo que lo poco que ha perdurado en mí ha sido esa ilusión por todo lo que hago, ahora orientada hacia otros lares.
Cuando pienso en todo ello me pregunto si volveré a cambiar, igual que ocurrió en aquel entonces. Porque aunque todos estamos en constante cambio, hay dos momentos en la vida de una persona que hacen sacudir nuestro interior. Normalmente en la adolescencia uno comienza a orientarse hacía la clase de persona que desea ser, pero a esa edad estamos bajo el cuidado de nuestros padres, no tenemos responsabilidades, es todo muy diferente (en cierto modo) a la "vida real". De modo que cuando uno cree que ya está orientado, cae de golpe en la realidad, en el mundo de las responsabilidades, los hijos, el trabajo...(más o menos en torno a los 30). Es en esos instantes cuando dejamos de lado todas esas ideas que habíamos ido madurando y el sistema nos impone las suyas propias, siendo la regla de oro el famoso: cuanto más dinero tengas más feliz serás. Así que a los 30 es cuando se considera que una persona ha madurado lo suficiente porque ha abandonado todos los sueños e ideas que había tenido en su "alocada" juventud y sólo vive para el trabajo y el dinero. Cosas que parecen ser las únicas que importan hoy en día.
Siempre me he preguntado cómo es posible ese cambio radical en una persona, cómo dejar de lado ideas que forman parte de tí porque son con las que has madurado. Sólo se me ocurre una respuesta (dejando al margen el sistema social), y es que la gente no tiene tiempo ni ganas de pensar. Nadie se para a pensar qué hace y porqué lo hace, nadie tiene ganas de malgastar su tiempo reflexionando sobre su persona. Es más fácil adoptar las ideas neutras de otros o simplemente no plantearse cuestiones.
Por eso, llegados a este punto, siempre me he preguntado que sería de mí al cumplir los 30, en que rincón habría dejado mis ganas de luchar, mis ilusiones, mis reivindicaciones. Es una pregunta que no puedo contestar, será el tiempo el que me de la respuesta. Pero tengo la certeza de que lo bueno en una persona siempre perdura, igual que ha perdurado esa ilusión de mi infancia perdurará la esencia de lo que hoy soy.
Es lo único que le pido al mañana, que no deje que me vaya perdiendo por cualquier rincón.
18/9/09
Mutismo

"Podría salir a la calle a gritar a pleno pulmón palabras incoherentes como:
15/9/09
De vuelta
Siempre hay momentos en mi vida en los que me estanco. Me levanto una mañana en perfecta armonía, el cielo precioso, el viento precioso, la gente preciosa y de repente, sin causa aparente o por una pequeña detonación estalla el “boom de frustración”. El cielo se me cae encima, las lágrimas se desbordan y pienso: ¿Quién soy? No soy nada, no seré nada.
Me ha pasado, me pasa y me volverá a pasar. Hace unas tres semanas ese “boom” estalló, sin previo aviso, por una discusión con mis padres. Fue como un tornado que arrasara con todo a su paso, así me sentí, desolada. Un tornado que logró sacar a flote todo lo que llevaba años escondiendo. Recuerdo que llegue a plantearme si podría vivir con ese dolor si no conseguía enterrarlo. Curiosa pregunta la que me hice. Llegue a pensar que estaba en un punto sin retorno, no podía volver a atrás para arreglar las cosas y no podía avanzar para dejar pasar lo malo. Es algo muy difícil de explicar, pero supongo que a todos os habrá pasado alguna vez. Es esa sensación de vacío, de no saber que va a pasar mañana, de no saber si serás capaz de salir del hoyo o de si saldrás bien parado. Cuando sólo deseas que el tiempo se pare, para siempre, para no seguir avanzando. En ese momento yo desenterré muchas viejas sensaciones, que me hicieron llorar, más que eso, me hicieron darme cuenta de que la felicidad sólo depende de nosotros mismos, no de lo que nos rodea.
Me acosté con esa pregunta en mi mente, ¿qué haré si no logro volver a enterrar este dolor? Me veía en un pozo negro, como me había visto en un determinado momento de mi infancia. Un pozo del que por aquel entonces me costó años salir. Temía volver a sentir ese dolor, que todo lo que había construido en los últimos años se derrumbara por una simple palabra o discusión. Sólo veía preocupación, por el presente por el futuro…Y cuando desperté a la mañana siguiente me respondí yo misma la pregunta: si te preocupas por todo terminarás muriéndote de preocupación. Así de simple, nada de la vida es demasiado bonita para vivir amargada, no, más simple: sigue andando. Qué más da que te hayas caído o que te hayan tirado, el camino es demasiado corto como para pararse. ¡Sigue andando!
Y así salí del pozo, tan rápido como entré. Seguí andando y me dije: ya se arreglará. ¿Se arregló o no? Lo cierto es que los viejos horrores siguen a flote, pero ya no me preocupan, sinceramente, mi vida es demasiado corta para preocuparme por ello, sólo sé que seguí andando y que hasta aquí he llegado. Sé que me quedan miles de cosas por hacer, por sentir, por vivir; buenas o malas no es lo importante.
Sé que lloré y que eso me hizo darme cuenta de que hay cientos de cosas por las que reír. Que le vamos a hacer, soy irrealista, soñadora, inconformista, soy utópica…
Siento no haberme despido de vosotros cuando me fui de vacaciones, pero nunca digo adiós, siempre digo hasta luego. Estaba convencida de que volveríamos a cruzarnos en el camino...