Durante mis años de instituto tenía la impresión de que la universidad era el lugar donde la educación era libre, donde el debate estaba en las aulas y los estudiantes eran críticos. El lugar donde uno no se limita a memorizar cuatro líneas sino a interesarse por los temas que le tocan, en definitiva una educación crítica. Sin embargo, desterré ese pensamiento a los pocos meses de llegar allí. Mi primera impresión de la universidad fue que la gente no estaba interesada en lo que estudiaba, no iban a clase o acudían por obligación, estudiaban para aprobar y evitaban realizar cualquier trabajo de investigación. Me llamó la atención la Facultad plagada de carteles de Barriles y propaganda varia.
Pocos profesores tienen un metodo didáctico participativo y en el que se de pie al debate, aunque es comprensible dado que a los alumnos no les interesa y no participan. Recuerdo clases en las que se plantearon debates que fueron cortados en pocos minutos porque nadie intervenía, algo desolador. Nadie parece tener opinión sobre nada, y si la tienen no la expresan en voz alta porque no interesa. Parece extraño, pero es cierto, en muchas clases tienes ganas de opinar y no lo haces porque sabes que ni a tus compañeros ni al profesor le interesa tu opinión.
A mi parecer, y creo que muchos compartirán esta opinión, la educación universitaria ha decaido hasta tocar fondo, más si cabe con la implantación del plan Bolonia. No comento sus aspectos negativos (más que consabidos y repetidos) sino los considerados positivos, como es el caso de la asistencia obligatoria y clases más reducidas con trabajos de investigación en grupo. Aspectos de una enseñanza adecuada (aunque el método de asistencia obligatoria no me parece la mejor manera de lograr interés por parte del alumno, sino todo lo contrario, que lo vea como una carga) que podrían incluirse en el ámbito universitario sin necesidad de Plan Bolonia.
Pero el problema del desinterés es algo que viene de mucho más atrás, ya en el instituto las clases no son propicias al debate, se quieren alumnos modelo que no den ruido ni quejas y no alumnos críticos. Es un modelo de enseñanza que ya se ha probado que no funciona, con unas tasas de abandono enormes y con una formación mediocre. No se incentiva al alumno a interesarse por la realidad, a investigar un tema cercano ni a observar los problemas desde varios frentes; en lugar de ello todo se ve desde las frías páginas de un libro. Se crea la idea de que todo está ya montado, hecho y resuelto, de que nosotros no hemos de hacer nada porque ya está hecho por otros. La historia no se usa para demostrar que con empeño los logros resultan cercanos y posibles sino para inculcar la idea de que todo está conseguido y que eso pertenece al pasado, en el presente tenemos todo lo que deseamos. La filosofía no se orienta como una disciplina apasionante, como la sabiduría de hombres adelantados a su tiempo que supieran mirar con ojos nuevos lo conocido; sino como la ideas locas de cuatro viejos que no sirven para nada porque no son exactas, no son ciencia sólo divagaciones. Así puedo seguir y seguir con todas las asignaturas pasadas, presentes y futuras de mi vida (siempre hay excepciones, mis profesores de Filosofía e Historia no impartían clase de esta manera estática, pero yo no supe apreciar a tiempo la enorme calidad de la enseñanza que recibía).
Esto nos lleva a lo que hay hoy y probablemente mañana, ciudadanos pasivos y desisteresados que se dejan controlar por el político de turno. Quién no tiene opinión y no conoce los problemas sociales es muy fácil de manipular. Nos estamos amoldando y dejando amoldar a las reglas de un sistema para el que sólo somos fichas que usar. La educación es la base de una sociedad y más aún de una sociedad equitativa, crítica y fructífera; y es evidente que la nuestra lleva tiempo fallando. Parece demasiado pedir que los políticos se pongan de acuerdo para crear una ley de educación estable, adaptada a las necesidades de todos y que no vaya a ser derogada de aquí a dos años. Mucho del mal viene de ese cambio constante de leyes de educación; el otro tanto viene de nosotros mismos, de la educación que recibimos, damos y daremos. Muchos habrán inculcado a sus hijos esa máxima de "el día de mañana sólo serás algo si tienes estudios" que da lugar al estudiante desinteresado y que pasa por la Universidad para conseguir su título y no para aprender. De hecho a mi siempre me repetían eso, y lo entiendo porque mis padres se han esforzado mucho para que yo puedo económicamente estudiar, pero no me sirvió. Me sirvieron las conversaciones de sobremesa en familia sobre política y actualidad mundial, los debates con los amigos sobre temas sociales, los actos culturales...todo aquello que abrió mi mente a una realidad que me era ajena. Aprender, simplemente eso, despertó mi interés por el mundo de alrededor, darme cuenta de que no era problema de otros sino MI problema también. Y creo que eso es precisamente lo que brilla por su ausencia, la cercanía a los problemas sociales y la capacidad de ponerse en el lugar de otro. Porque sabemos lo que ocurre en cada rincón del mundo pero nos es indiferente, nos parece lejano; sólo cuando nos toca nos movemos (y últimamente ni así). El problema nace de una educación deficiente en todos los ámbitos: familiar e institucional.
No dejemos que los centros de educación se conviertan en meras máquinas expeditivas de títulos. La educación no es un libro abierto sino una realidad abierta, conocida y compartida por todos. Concluyo sin nada que no sepamos ya, esa ley es necesaria y debemos pedirla por activa y por pasiva.