25/12/08

El Renacer de Roma - Capítulo III


3. Liam Morley:

En Roma era conocido como Angelo, un profesor de enseñanza media. La propuesta de la madre Priscila le había trastornado, ¿cómo iba a casarse con una chiquilla de quince años? Puede que en aquella época fuera lo más corriente del mundo, pero para él era algo descabellado. El problema era que estaba empezando a cansarse de vivir en aquella sociedad irreal, con gente irreal y con ideas atrasadas. Llevaba viviendo así seis años, seis años alejado del mundo exterior, recibiendo las noticias estrictamente necesarias, viendo a sus familiares una vez al mes y sin tecnología. Definitivamente se había hartado de aquella vida, y para colmo una muchacha se encaprichaba de él. Priscila era su amiga, una persona a la que tenía que enseñar, como había hecho con todas las demás.
Por lo que él sabía, había varias personas que ya habían abandonado aquella ciudad, otras tantas se lo estaban planteando. Pero ¿cómo iban a dejar la ciudad en manos de los clones? No serían capaces de manejarse por sí solos, aún no era el momento.
Con todo esto bullendo en su cabeza se dirigió a casa de Laura Lions, lo que podría llamarse su novia, aunque para los ojos de los habitantes sólo eran amigos. Laura, llamada Helena, vivía un poco alejada del centro de la ciudad. Aquella mañana habían quedado para ir a ver un espectáculo en el Coliseo, también conocido como el anfiteatro Flavio. En él había aparecido una estatua de Nerón de dimensiones colosales, de ahí el nombre. Se pusieron en camino y llegaron al poco tiempo.
Había una gran cola frente a la puerta, pero la capacidad del anfiteatro era enorme, podía albergar en su interior a 70.000 personas. Entre la cola encontraron a los amigos con los que habían quedado, Marco y Atenea, una joven pareja que estaba a punto de contraer matrimonio. Ellos dos junto con Priscila eran las únicas personas propiamente romanas que le importaban allí dentro, el resto le parecían simplemente clones vacíos, y no podía verlos como nada más, a pesar de que eran seres humanos.
Los saludaron y, tras hacer cola, entraron en el anfiteatro y tomaron asiento. En este tenían lugar tres tipos de espectáculos: los juegos de gladiadores, los hombres echados a las fieras y las luchas entre fieras. Aquel día tendrían ‘el gusto’ de presenciar los dos primeros espectáculos, no soportaba ver a aquella gente disfrutando de aquel tipo de espectáculos, no comprendía como alguien podía recrearse observando la muerte de personas inocentes. Pero debía de aceptar que estaba en un lugar en el todo era así de primitivo, y que ellos lo habían creado así.
Los gladiadores eran prisioneros de guerra, luchaban entre ellos y el perdedor, malherido podía correr la suerte de ser indultado por el público, o por el contrario de ser rematado hasta morir, que fue lo que ocurrió en aquella ocasión.
Después del entrante venía el plato fuerte, la lucha con fieras. Aquello si que despertaba interés entre el público, aplaudían, gritaban, etc. Los individuos condenados a muerte debían de enfrentarse en condiciones de total inferioridad a fieras salvajes, que terminaban por despedazarlos.
Aparte de todos estos espectáculos, se celebraban cultos y fiestas anualmente, que contaban con el presupuesto del tesoro público (aerarium) y de algunos magistrados. También había espectáculos en los circos, en estos se realizaban carreras de carros, en las que se guiaban vehículos tirados por caballos y realizaban un giro en el límite de la pista ciñéndose a la línea divisoria, llamada spina. Entre los circos destacaba el Circo Máximo.
Tras esta visita al anfiteatro, fueron a comer a casa, pues por la tarde irían a visitar el teatro. La boda de los amigos tendría lugar días después, y Angelo les había propuesto que se divirtieran un poco antes de dar el paso, lo que fuera se llamaría una despedida de soltero.
De camino a casa pasaron por enfrente de la basílica Aemilia, de corte rectangular y dividida en naves por filas de columnas; en ella tenían lugar transacciones judiciales y comerciales. También pasaron junto a la Curia, sede de reunión del Senado.
Ya en casa estuvieron comiendo y charlando, Liam le contó a Laura que Priscila quería ser su esposa, pero que él no quería aceptar esa proposición.
-Vincent te obligará a aceptar –le dijo ella- No es la primera vez que ha pasado algo así, ya ha ocurrido en más de una ocasión. A él le favorece porque sabe que así nunca podrás marcharte de aquí.
-De eso quería hablarte Laura –dijo Liam- No soporto más vivir aislado, de no ser porque estás tú me volvería loco. Pero no veo la forma de escapar, dicen que los que salieron de aquí no han vuelto a ser vistos.
-Ya se lo que dicen, pero no pienso desperdiciar mi vida aquí encerrada, y tampoco la vida de nuestro hijo –esto último causó una gran conmoción a Liam.
-¿Estas embarazada? –preguntó.
-Sí, pero nadie debe enterarse –cogió su mano y la besó- Debemos salir de aquí como sea.
-Pero me llevaré a Marco y a Atenea conmigo, no quiero que continúen aquí.
-Pero ellos no son como nosotros, en el mundo exterior no podrían vivir, no te olvides de que han sido creados para no abandonar jamás este lugar, y han sido creados por nosotros. ¿Si pudieras volver el tiempo hacia atrás cambiarías el haber participado en toda esta barbaridad? –preguntó Laura.
-Sin duda alguna.
La conversación había tenido lugar en el único rincón de la casa sin cámaras ni micrófonos, el único lugar seguro. El plan ya estaba trazado, dentro de tres días saldrían de aquel infierno.
Aquella tarde visitaron el teatro junto a sus amigos, acudieron al teatro de Marcelo, muy cerca del Tíber. Su capacidad era de 40.000 espectadores. En él se representaban espectáculos teatrales. La comedia se impuso a la tragedia, y se desarrolló mucho. La representación de aquella tarde era La suegra, de Terencio, autor de comedias. Eso era lo que más le gustaba de Roma, su teatro; pero el género de la tragedia era su favorito. Las representaciones eran a veces un poco bruscas, pero como todo lo que había en Roma, pues esta era sinónimo no sólo de grandeza, sino también de fiesta y diversión. Se organizaban banquetes en los que se bebía y comía hasta la saciedad.

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